domingo, 18 de noviembre de 2007

Amor

Creo que sabe poco sobre el amor. Se investiga, existen toda serie de teorías y de estadísticas sobre la caducidad del amor, que en realidad se refieren a la caducidad de la pasión – seguimos diciendo amor cuando queremos decir sexo --. Muchos estudios se refieren a meras correlaciones estadísticas – si sucede tan a menudo, será que es así, dicen las estadísticas—que parecen firmar sentencias de muerte.

De cuando en cuando nos anuncian desodorantes que hacen que se nos peguen las chavalas, o se publicitan pastillas que mejoran nuestra capacidad sexual y olvidamos que todo esto no se trata sólo de alardes acrobáticos sobre colchón y sofá con y sin aparatos.

Y conste que me gusta el sexo, y me gusta mucho.

Pero es que a veces, no se trata sólo de eso.

El amor es algo mucho más complejo. Es impredecible, es duro, es un asco y es lo que más merece la pena en la vida. Perpetúa especies, provoca depresiones, vende casas y coches, crea seguridad e incertidumbre. La literatura, las canciones, están llenas de referencias al amor –esta vez sí parece que hablan del amor—a la fidelidad, a la infidelidad, al dolor.

Cuanto dolor provoca el amor.

Y que pocos son capaces de vivir sin él.

“Es mejor querer y después perder que nunca haber querido”, decía una canción. “¿Por qué voy a creer yo en el amor, si me traiciona y me abandona cuando mejor estoy?”, decía otra.

Lo único cierto sobre el amor, es que se crea y se destruye, y en ocasiones ni siquiera queda clara la razón –o razones-- para que esto suceda. Las teorías de la psicología social dicen que la proximidad, algunas características físicas, el comportamiento de los otros, la semejanza y la reciprocidad influyen. Constato que es así... casi siempre.

La fragilidad de las parejas en la actualidad puede estar causada por constructos culturales, por los bombardeos de información que nos convierten en caprichosos y egoístas, porque en el mundo ciudadano en el que vivimos –disculpad, queridos y escasos lectores, pero habrá mucho de antropología en futuros textos—se establecen relaciones simplemente funcionales, en las que el panadero se llama panadero y nuestra fuente de excitación sexual a veces, ni se llama. Es el pan nuestro de cada día, y no sería tan malo si todos participásemos del mismo juego, el sexo es divertido, sano, vigoriza y hace sentir joven. Pero hay quien quiere más que unas embestidas de ascensor, hay quien busca tener a alguien en el sofá cuando regresa de casa, un amigo o amiga completos, una relación de unas dimensiones casi desconocidas para un sector de treintañeros urbanitas. Hay quien tiene miedo a quedarse sólo. En unos tiempos en los que la esperanza de vida se eleva más allá de los setenta años, hay quien tiene miedo a quedarse solo con veinte.

Tenemos miedo, mucho. Yo sé muy bien lo que es el miedo. El leitmotiv de mi vida infantil fue “quien evita la ocasión, evita el peligro”… y como mi educación no difiere de la de muchos otros occidentales, puedo asegurar que también sentimos culpa.

La culpa…

Por sentirnos culpables prolongamos situaciones innecesarias, destructivas. Entre el miedo y la culpa no dejamos trabajos aberrantes, no cantamos las cuarenta a nuestros mayores o nuestros hijos por mucho que lo merezcan –una cosa es el respeto y otra la culpa, no deberíamos olvidarlo—y no liberamos a nuestras parejas. Sí, he dicho liberamos.

Porque muy poca gente se muere porque la dejen, especialmente individuos sanos y aún jóvenes, pero entrar en una espiral de esas de ahora sí, ahora no, ahora te dejo, pero vuelvo, porque lloras, puede conducir al más intenso dolor. Curiosamente, al que se muestra débil cuando es dejado, se le hace más y más daño prolongando lo inevitable. Si estas en ese lado, no te muestres débil, no puedes querer que te quieran por piedad, no es ninguna de las cosas que debe haber en una pareja.

Pero eso no quiere decir que no debemos luchar por las cosas en las que creemos, que no pueda volver la llama, lo que sucede es que el esfuerzo puede resultar estéril, y siempre es desproporcionado. Cada uno debe tomar sus decisiones.

Eso es lo que más me duele de los libros y recetarios de autoayuda, que en todos te presentan técnicas para ir hacia donde queremos, pero en muy pocos te dicen lo que quieres. Lo hacían las leyes morales, las que decían que tenías que proteger tu matrimonio con tu vida, las que permitían matrimonios concertados. Lo curioso es que desde nuestro punto de vista moderno, no nos podemos cree que no por tener el destino marcado eran más infelices en el pasado. Y sin embargo envidiamos al que lo tiene claro.

La generación de nuestros padres, se comprometía con el propio compromiso. Decía un personaje de Thorton Wilder que tiene un problema con su marido –va a dejarla--:

No me casé contigo porque fueras perfecto. Ni siquiera me casé contigo porque te amase. Me casé contigo porque me hiciste una promesa. Esa promesa es más grande que tus errores. Y la promesa que yo te hice pasa por encima de mis errores. Dos personas imperfectas se casaron y fue la promesa la que hizo nuestro matrimonio.

Me pregunto si hoy en día nos sabemos comprometer con algo. Ya sé que muchos dicen aquello de antes sufrían por no poder dejarse, y yo, que he visto matrimonios de larga duración, constato que así es… algunas veces. Otras, sencillamente, coexisten dos amigos que lo son toda la vida.

Tal vez deberíamos repensar el modelo. Las parejas podríamos dejarlas para los jóvenes, para mantener las relaciones sexuales esas tan satisfactorias, pero cuidarnos unos a otros en tribus. De hecho, pretendo recuperar, reconstruir y construir amistades porque son menos intensas que las parejas, pero paga su duración y la confianza que puedes depositar en ellas.

Decía Stemberg, un psicólogo respetable, que hay tres patas en un amor, la intimidad, la pasión y el compromiso. Las tres juntas dan como resultado el amor completo, del resto de las combinaciones, la más triste es la que sólo conlleva compromiso, y la mejor, el amor compañero, en la que hay intimidad y compromiso, aunque falta pasión.

Deberíamos situarnos en el triángulo, deberíamos ser valientes, deberíamos saber lo que queremos… en demasiadas ocasiones deberíamos mostrarnos más egoístas para hacer menos daño.

En demasiadas ocasiones deberíamos aprender a luchar...

...alejarnos de la tentación, aunque esa tentación sea deseable, aunque sea otra persona digna de ser querida, tomar perspectiva, respetar a todos a través de la verdad, pero también a través de los actos.

Y lo digo yo…que lo hago todo tan difícil.

Dedicado a mis amigos, a mis parejas venidas y a la sque estuviesen por venir, a los que se sienten perdidos luchando contra un deseo o una necesidad.